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La música es un excelente medio de comunicación. Por ello los cristianos debemos utilizarla para llevar a todos los que nos rodean (y “hasta los confines de la tierra”) lo más precioso que tenemos: Jesucristo. La música es la forma de expresión que se cuela más fácilmente en cualquier ambiente o lugar. La lectura y los discursos cansan, pero la música conserva esa capacidad de “enganchar” a personas de todas las edades y condiciones.
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Ya David utilizaba el canto para evangelizar. Dice en tres salmos (57, 108 y 18): “Te alabaré, oh Dios, entre los pueblos; te cantaré entre las naciones”. Para David, los pueblos y las naciones eran los paganos. Seguro que los 4.000 levitas que formaban su ministerio de música impresionaban a los extranjeros que pasaban por Jerusalén. Pero fijémonos bien de qué clase de cantos está hablando David: son cantos de alabanza, cantos que celebran la Majestad de Dios. Por medio de la música, David alaba a Dios y su actuación en medio de su pueblo: su Fuerza (Sal 59, 17), su Fidelidad (Sal 71, 22), su Bondad y su Justicia (Sal 101, 1). Proclama las maravillas de Dios: todo el Bien que le ha hecho (Sal 13, 6), el Gozo que ha puesto en su corazón (Sal 30, 13), la Fortaleza que le ha dado (Sal 57, 8).
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De igual modo, Pablo y Silas, en la prisión de Filipos, no entonaron propiamente cantos de evangelización dirigidos al carcelero y a los otros presos. ¡Cantaron alabanzas a Dios! Fue por esos cantos y por la acción del Espíritu Santo que el carcelero se convirtió. También hoy, si cantamos al Señor alabándolo con todo nuestro ser y le pedimos que derrame con poder su Espíritu Santo, veremos maravillas.
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Nuestros cantos, como los de David, Pablo y Silas, deben decir a los de fuera quién es Dios para nosotros y lo que ha hecho por nosotros. Nuestra música debe reflejar tanto el carácter de Dios como los sentimientos que Él produce en los corazones de los que se reconocen sus hijos. Esta música será, por tanto, muy diferente a la del mundo, para reflejar -con un estilo que la gente comprenda y aprecie- la imagen de una vida que está siendo transformada por el poder de Dios, un Dios vivo y verdadero. Nuestros cantos deben suscitar en ellos -en un lenguaje cercano al suyo- la sed de autenticidad, de verdadera vida, el deseo de saber más sobre la fuente que ha inspirado esa música. Ésta es la doble exigencia de una música de evangelización para nuestro tiempo: por una parte, ha de tener una forma comprensible y un estilo adaptado a la gente de hoy; por otra, ha de ser reflejo de su Creador y tener un carácter verdadero y transparente.
Javier Rodríguez
Autor del libro: «El Espíritu Santo en clave de sol»
Javier Rodríguez
Autor del libro: «El Espíritu Santo en clave de sol»